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Entrevista LA VERDAD

Entrevista de Antonio Arco en el diario LA VERDAD de Murcia a propósito de la exposición FOLITRAQUE en la Fundación Pedro Cano de Blanca.

Los Juegos de Haro

Cuando sus hijos eran pequeños, disfrutaba meciéndolos sobre su pecho desnudo, como si fuese un barco de carga, una canoa, un arca, un velero o un pequeño Titanic, llamado a no naufragar jamás, en amoroso y salvaje movimiento. Lo recuerda el pintor, escultor y escenógrafo Ángel Haro (Valencia, 1958), afincado en Murcia desde que con catorce años abandonó París. Haro, un enamorado del cuadro de Arnold Böcklin 'La isla de los muertos', pese a que él derrocha vitalidad y la contagia incluso en los tiempos de peores tormentas, habla con pasión de las cosas que le gustan; entre ellas, jugar. Y hacerlo con arte. A Haro, quien en 2012 inauguró su primera exposición individual en África -'Ways of an unruly man', en la galería Resolution de Johannesburgo-, le gustan los proyectos arriesgados, como ya demostró en el verano de 2011 dejándose literalmente la piel en la monumental 'Eco de Cíclopes', la exposición de grandes piezas de pintura y escultura que creó expresamente para ser contemplada en pleno corazón de la mina Agrupa Vicenta, en La Unión.

En estos últimos años, al artista lo viene acompañando toda la experiencia humana y artística acumulada como un tesoro durante los años que lleva viajando y trabajando en el continente africano. No ha olvidado ni un solo destello, aroma, color, gota de sangre, atardecer, centímetro de piel o gesto de baile de las tierras africanas. Viaja allí con todos los sentidos adiestrados para no dejarse embaucar por tópicos, estampas, ni leyendas en blanco y negro. Conoce su humedad y conoce su fuego, su nobleza y su pobreza, el sabor de la incertidumbre y el poder demoledor de la naturaleza más salvaje. Y de allí, de África, proceden muchos de los materiales con los que ha creado casi el centenar de juguetes -primitivos, misteriosos, deliciosos...- que integran la exposición 'Folitraque (Los juguetes del fin del mundo)', que podrá disfrutarse, desde el próximo sábado y hasta el 26 de enero, en la Fundación Pedro Cano (FPC) de Blanca. Una exposición que llega en un momento de su trayectoria, vital y artística, muy especial.

-¿Su vida en qué ha cambiado?

-He perdido a mis padres, a los dos recientemente, y eso me provoca unas sensaciones nuevas, un dolor íntimo que desconocía.

-¿Qué sensaciones?

-Por ejemplo, la de que voy en un avión del que todo el mundo se está tirando al vacío en paracaídas. Siento que estoy ya en la puerta, que yo soy el siguiente en saltar...; no es una sensación triste, pero sí muy rara. El próximo que salta soy yo, y eso me hace pensar la vida de otra manera.

-¿Cómo?

-Curiosamente, tengo más urgencia por hacer cosas pero, también, sé que las tengo que hacer más despacio. Yo siempre he sido muy nervioso, casi hiperactivo, y a veces he cometido errores precisamente por eso, por ir como una moto. Ahora me suceden dos cosas: me tomo las cosas con más calma y, aunque suene pretencioso decirlo, tengo más cosas que decir.

-¿Cómo se ve a sí mismo?

-Como un artista que sabe que tiene una gran responsabilidad consigo mismo, que tiene que estar preocupado por el mundo que le rodea pero que no tiene que estar empeñado en preocupar a los demás. No creo que el artista tenga derecho a estar preocupando a todo el mundo con sus obras y sus obsesiones; hay un exceso de arte que intenta preocupar a la gente, decirle a los demás cómo se tienen que comportar, en plan viejo sermón de cura. Yo no me creo con el derecho de sermonear a la gente, pero sí con el deber de preocuparme por toda la gente que pueda. Estoy seguro de que mis obras de arte no van a transformar el mundo, pero sí lo estoy de que a mí sí que me van a transformar, y eso me parece bastante.

-¿A qué no renuncia?

-Por nada del mundo quiero perder el sentido del humor, ni la capacidad de ironizar; entre otras cosas, porque lo que más daño le hace al poder es la risa, como ya contó Umberto Eco en 'El nombre de la rosa'. El poder lo que menos resiste es la burla, la burla inteligente.

-¿De qué está orgulloso?

-Soy hijo de una familia nómada, y los nómadas solo se tienen a ellos durante el viaje. Mi mejor amigo de infancia era mi hermana, los demás iban quedando una y otra vez por el camino. Tuve la suerte de vivir con una familia que cambiaba constantemente de lugar, que saltaba de un sitio a otro, sin previo aviso; en mi casa se vivía esa libertad de decir: 'No me gusta esto, lo dejo todo y me voy'. Lo dejo todo y, además, salto sin red. En mi familia saltar sin red ha sido como un hábito. Es decir, ¿qué tienes después? Pues no lo sé. Eso te permite también mucha libertad, enfrentarte a ciertas cosas que a todos nos atan.

-¿Qué cosas recuerda que decía su padre?

-Recuerdo dos: una en la que le doy la razón, y otra que me hace sonreír. La primera: decía que uno no es libre del todo si no tiene la capacidad de darle de comer a sus hijos; y la segunda: que él no sabía si era muy honrado porque nunca lo habían dejado a solas con un millón de pesetas que no fuese suyo [risas]. Eran gente muy librepensadora, mi madre era protestante -ya lo era en pleno franquismo- y mi padre ateo. Ella nunca intentó evangelizarlo a él, ni él que ella dejase de creer; simplemente, se respetaban y punto. Todavía pienso que están vivos; de pronto, voy a hacer un viaje, pienso que tengo que llamar a mi madre y... ese momento es muy duro. El otro día, intentaba recordar una cosa de cuando era pequeño y, al final, me dije: 'Mejor llamo a mi madre y se lo pregunto'. Por lo demás, 'convivo' mucho con ellos, me río mucho recordando con Isabel [su mujer, Isabel del Mora, diseñadora de vestuario e interiorista] y con mis hijos [Ángel y Juan] anécdotas suyas.

-¿Le enseñaron juegos sus padres?

-Más que enseñarme juegos, lo que hacía mi padre, muchas veces, era disfrazarse y hacernos reír: de mujer, de soldado, de payaso... Lo hacía de pronto, sin venir a ningún cuento, y nos reíamos mucho. Yo he jugado toda mi vida y creo que sigo jugando; sin juego no hay posibilidades de sorpresa. Desde pequeño, yo era un manitas: con una madera me hacía un barco, construía casas para mi hermana, diseñaba mis propios coches...

-Y a usted, ¿a qué le gustaba jugar con sus hijos cuando eran pequeños?

-Cuando eran muy pequeños, me gustaba mucho mecerlos sobre mi pecho desnudo, como si fuese un barco en movimiento. Ese contacto primario de dos animales que se mecen el uno al otro me parece que es básico, que es el principio de la educación, porque lo primero no es empezar a leer y a escribir, lo primero es empezar a sentir. Recuerdo todavía el latido del corazón de mi madre cuando me apoyaba la cabeza sobre su pecho. Y no solo el latido, sino también oír sus palabras dentro del pecho. Creo que uno empieza a entender el mundo, el idioma y la cultura que le rodean ahí, ésa es la fuente.

-¿Cuándo nació esta exposición que usted presenta en la FPC de Blanca?

-Pensé que había nacido en 2005, cuando hice mi primer viaje a África y comencé a traerme de allí los primeros materiales de desecho para jugar con ellos, pero mi hermana me dijo que no, que es una exposición que nace en mi infancia y que llega hasta ahora. Ella le llama 'Cuaderno de viaje', un cuaderno de viaje hecho con objetos. Dice que reconoce en esta exposición objetos e ilusiones que me han acompañado siempre.

Ser Yuri Gagarin

-¿Por ejemplo?

-¡Yuri Gagarin! Antes de ser artista, yo quería ser Yuri Gagarin. Igual que ahora los niños están entre el Real Madrid o el Barça, antes estábamos entre los cosmonautas y los astronautas; los cosmonautas eran los rusos, y los astronautas los americanos. Yo era de los rusos porque la anatomía de las naves Soyuz era mucho más bonita e ingeniosa que la de las naves Apolo, que me parecía sosísima. ¡Gagarin fue el primer hombre en viajar al espacio! En esta muestra, hay tres piezas dedicadas a él. Siempre me ha interesado mucho.

Haro ha utilizado mil maderas, latas, plásticos, cuerdas, alambres oxidados, brochas viejas, incluso dos botes de champú anticaspa H&S que él consume y que ha convertido en un catamarán...; desechos de todo tipo.

-Dice usted que es una exposición primaria y sofisticada...

-...sí, sí. Pienso que esta exposición, en general, aunque aparente ser muy primaria, es de las más sofisticadas que yo he hecho. A pesar de los materiales utilizados, creo que es delicada; lo ha sido a la hora de su construcción, porque no puedes juntar materiales que no se lleven bien. Tienes que ir, delicadamente, buscando qué material se entiende con el otro y cómo se unen, y eso es casi como un bordado. Me ha exigido una delicadeza que muchos cuadros no me exigen. Quería construir objetos nuevos a partir de otros objetos, y que eso me exigiera la máxima atención, la máxima delicadeza...; tenía que echar mano de todo lo que he aprendido durante todos estos años de trabajo para hacer esas pequeñas piezas, que a veces son una tontería, un sencillo cochecito; pero se merecía ese sencillo cochecito toda mi atención y que utilizase todas mis capacidades.

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