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Crítica publicadapor Miguel Cereceda en Facebook, a propósito de la exposición LA TREGUA en Tabacalera Promoción del Arte del Ministerio de Cultura. Madrid.

Si hay una enseñanza ineludible de la experiencia del arte contemporáneo, es la de la fusión de los recursos expresivos de las distintas artes. De modo que a aquella inquietud por la pintura pura y por la escultura pura de Frank Stella y de Donald Judd, por el teatro pobre de Grotowski o por la esencia del cine de Godard, tan característica de los años sesenta, le sucedió una interacción desinhibida de las artes, todas puestas al servicio de la creación de una obra. Si a ello le añadimos la interferencia de la tecnología, y sobre todo del vídeo y de la fotografía, en la creación plástica contemporánea, encontraremos que sin duda este lenguaje de fusión es el más característico del arte de nuestro tiempo. Pero ello hace además que cada vez sea más necesario el contacto directo con la obra. Pues ahora la obra de arte, sea montaje, instalación o creación de ambientes, ya no se entrega a la contemplación sino en contacto directo con el espectador. Ya no se deja reproducir o fotografiar fácilmente, sino que quiere ser vista, oída, recorrida, tocada o paseada con el cuerpo. Esto es exactamente lo que sucede con la reciente exposición de Ángel Haro en la Tabacalera. Pintor y fotógrafo, pero sobre todo escenógrafo de profesión, crea instalaciones emocionantes que tienen que ser recorridas y percibidas con todo el cuerpo. Espacios inquietantes llenos de misterio, en los que se apunta a la experiencia del naufragio, con una banda sonora cuyo fondo musical recuerda la tormenta; esculturas misteriosamente iluminadas, cuyas sombras transforman por completo el espacio en que se instalan; o trenes que arrastran consigo una pesada carga de acontecimientos y de objetos, y que proyectan ante sí su propio paisaje, que se va abriendo ante nuestros ojos, son algunas de estas intervenciones. Ángel Haro ha pintado para esta exposición un gigantesco cuadro de 36 metros de largo, y afirma que lo que él pretende es que para contemplarlo sea necesario desplazarse a través de él físicamente. Por eso sus instalaciones tienen también que ser percibidas y recorridas con el cuerpo, pues sólo visitando esta exposición y contemplándola directamente se puede apreciar su misterio, escuchar su música y disfrutar de la sorpresa de sus espacios en movimiento y en transformación constante. Sin duda a ello contribuye especialmente el espacio industrial de la Tabacalera, pero es precisamente en el enfrentamiento con los espacios donde se ven los recursos y la capacidad de los buenos artistas.

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