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Entrevista COOLTURA

Entrevista de Angela Belmar en la revista COOLTURA a propósito de la intervención BELFEGOR en el Museo de Bellas Artes de Murcia. Página 22 a 27.

Ángel Haro es algo más que un artista consagrado, es un ser humano que destila coherencia. Esa es la idea que nos transmitió en el encuentro que mantuvimos -junto a Antonio J. Ubero y al fotógrafo Juan Carlos Caval- en el rincón donde da rienda suelta a su creatividad. Arrullados por las notas de John Coltrane y tras saciar nuestro apetito con la degustación de productos de la tierra en un paraje de la huerta murciana -pollo a la brasa regado con un Casa de la Ermita-, pero también evocando nuestras incertidumbres conversando en torno a la crisis, el pintor nos ilustró sobre su proyecto más inmediato.

Bajo el nombre genérico de ‘Asincronías’, y auspiciada por la Consejería de Cultura, cinco artistas tanto del ámbito nacional como del internacional -Santiago Ydáñez, Ángel Haro, Eugenio Ampudia, Monique Bastiaans y Nico Munuera- van a mostrar su ‘buen hacer’ en el Museo de Bellas Artes de Murcia hasta diciembre de 2009. Al hilo de esta cuestión, el pintor valenciano afincado en la Región se declara poco amigo de los títulos en plural porque mantiene la teoría, y además la confirma cada vez que sucede, que se trata de proyectos que benefician a las instituciones que los montan: “Normalmente los artistas ponemos frases en singular pero esos títulos con palabras en plural, aunque parece una tontería, suelen corresponder, inevitablemente, a un proyecto montado por una institución donde se diluyen los artistas que participan en ella”.

En concreto, la propuesta que va a llevar al Mubam desde enero hasta marzo está concebida como un homenaje a Belfegor, uno de los 111 demonios catalogados por los libros de ciencias ocultas. Se trata de un demonio creativo y fecundador, de hecho se representa con un gran pene, y está considerado como positivo. Sin embargo, el nombre de esta iniciativa, ‘Belfegor, el eco de la sombra’, tiene un origen más remoto y complejo para Haro: “Cuando era joven y vivía en París hubo una serie que nos afectó mucho a los de nuestra generación. Se trataba de un fantasma que recorría las salas del Louvre por las noches donde había una serie de crímenes. Entonces, cuando me invitaron a participar en la exposición, fui al museo y lo recorrí; al final lo que más me atrajo es que es muy desigual, tiene esa gracia de los museos pequeños de provincias que yo defiendo frente a los grandes museos clónicos que se están haciendo. Soy un amante de esos pequeños museos personales, muy eclécticos, plagados de cosas muy buenas y cosas muy malas que no se sabe por qué están allí. Pero todos tienen una característica: son museos muy silenciosos con mucho claroscuro, no sólo en las piezas si no también en las propias salas, están mal iluminados, son angostos y me llevan un poco a la mítica de los museos que yo frecuentaba cuando era jovencito y empezaba en esto del arte”.

De la misma manera que revela su pasión por esos espacios sigilosos rodeados de encanto donde “de vez en cuando aparecía alguien y tú lo seguías y se establecía una especie de relación entre una persona que visitaba una sala y tú que ibas detrás y viceversa”, reconoce que lamentablemente ese vínculo se ha perdido; pues ahora “se han convertido en lugares llenos de niños, amas de casa, centros culturales, de gente que va a ver macro exposiciones”. Y aunque entiende que “es el signo de los tiempos y un beneficio social” se considera “un enemigo de la democratización de los museos”.

De la firme apuesta por esos lugares de antaño nace su exposición concebida bajo ese misterio y esos sigilos que están presentes en las salas de los pequeños museos. Para ello ha diseñado un rastro de sombras, que se van a instalar en sustitución de otras piezas o interactuando con ellas, que servirán de guía para que el visitante vaya recorriendo todo el espacio expositivo. En definitiva, la idea que subyace en este nuevo propósito de la Consejería de Cultura es conseguir atraer la atención de la gente mostrando el reclamo de ciertos artistas de renombre. Un reto que ya se ha puesto en marcha en el Louvre, el Prado o la Tate con el fin de cambiar hábitos y respecto al que Haro expresa: “Mantengo mi afición al museo silencioso, pero entiendo que no es posible conforme están los tiempos por que vivimos en un mundo donde todo es un parque temático y donde al final los artistas también somos un parque temático”.

Al margen de su opinión sobre la vertiente más consumista de los museos este “buscador de sombras”, como le gusta definirse por que en ellas no existe la mentira, cree que estos sitios son sombra, son misterio y son silencio. Por ello se asemejan a los mausoleos, una comparación que para algunos teóricos lleva aparejadas connotaciones peyorativas en el sentido de la caducidad que ostentan de ahí su empeño por abrirlos a la gente, para llenarlos de vida, pero que para Ángel Haro es un halago: “No hay nada más precioso y sagrado que llamar a un museo mausoleo, por que cuando yo iba de pequeño al Louvre para mi era mi catedral y mi religión, pues yo he vivido el arte como una religión. Así no me parece mal que un museo sea un mausoleo ya que la muerte no es algo que aminore las virtudes de un lugar, es más a veces las potencia”. En esta misma línea el pintor sitúa los cementerios, de los que se manifiesta un gran visitador puesto que son “depósitos de vidas y de sucesos que además no tienen el imperativo de los medios ni la necesidad de demostrarte todo lo que saben ni todo lo que son, sino que tú tienes que ir a buscarlo, son lugares de conocimiento. Son rastros, son memorias y en la memoria no hay nada triste, son depósitos de conocimientos y ahora mismo pecamos de la falta de esos depósitos por que se consumen muy rápido. No hay sedimento ya que conforme una cosa sucede es devorada”.

Tras manifestar su parecer sobre cómo se conciben los museos hoy en día, para alguien, como es el caso de este creador de origen valenciano cuyas opiniones denotan grandes dosis de realismo, la presunción de ciertas etiquetas que se asocian al artista no son más que meros prejuicios. Una de esas cuestiones es la necesidad de sensibilidad, que no acompaña en muchos casos, o la de la supuesta obligación de ser un intelectual, cuando pone por ejemplo que Picasso distaba bastante de ser docto en letras. Ángel Haro cree que “el artista no es ni más ni menos que la persona que tiene la capacidad de transformar en un objeto un sentimiento, una vocación o un soplo de vida, pero eso no quiere decir que seas el más sensible, a lo mejor hay un panadero debajo de tu casa que es muy sensible y el hombre sólo hace pan”.

A consecuencia de entrar en la cuestión de la definición de artista surge la inevitable pregunta sobre qué o quién determina quién es artista: bien el que observa o bien el que crea; no obstante, Haro lo tiene claro: el responsable es el tiempo pues “arte es todo lo que nos contagia estéticamente y que se ha hecho con vocación de tal, ya que hay cosas que nos contagian y no están hechas con esa vocación sino que son catástrofes naturales, y eso no es arte es una catástrofe y nos contagia y nos hace cambiar de modos. Yo hablo de una persona que es capaz de crear algo que al final crea algún contagio estético sobre todo es artista, por que también los políticos nos contagian y no son artistas, son cosas distintas”.

Si bien se reafirma en esta reflexión piensa que ahora mismo “todos esos valores están muy trastocados ya que antes el arte era algo que procedía de la manufactura” y que sólo lo podían desempeñar unos pocos privilegiados que tenían esa capacidad, “casi rozando con la artesanía, y además tenían capacidad para llegar a cristalizar ciertas emociones del entorno. De pronto llega el mercado e introduce otro factor muy distinto: no sólo es arte eso sino también lo que se logra vender por encima de las expectativas y se convierte en un bien de consumo masivo estético, aunque no tenga utilidad”. Finalmente, llegamos al momento en el que “el arte es sinónimo de vendible”, una tendencia, como bien recuerda Haro, que imperó en los ochenta cuyo primordial lema se circunscribía a que el arte era el mercado; pero si se piensa bien “nunca ha dejado de serlo por que en la Edad Media el arte era el mercado, el que tenía la capacidad de encargo era el que generaba arte”.

Esta propensión mercantilista se rompe cuando el arte empieza a ser prioritario sobre el encargo “durante el romanticismo cuando de pronto el artista, primero, deja de trabajar en grupo y se convierte en un lobo solitario en su estudio que se dedica a atormentarse. Decide tomar las riendas del pensamiento y salvar el mundo de alguna manera o enfrentarse a él por lo menos. Hasta ese momento un artista no trabajaba por impulsos propios y si lo hacía era mezclado con una especie de estatus o de encargo. El personaje fronterizo es Goya, ya que se dedica al encargo pero a la vez empieza a trabajar sobre sus obsesiones. Sin embargo, Velázquez, que es el gran genio de la pintura española, es un personaje tan despegado de esa necesidad de imponer criterios evidentes en el arte que no sean plásticos que para que le den la Cruz de Santiago, renuncia a pintar por escrito por que no le interesa, está por encima de eso ya que no es un personaje con una vocación social tan explícita como Goya que se enfrentaba a los hechos, al desastre de la guerra o a la locura”.

Respecto a esta predilección por considerar el arte como un bien susceptible de comercio, en la actualidad han surgido nuevos personajes con los que ha cobrado vigencia esta teoría y cuyos envites artísticos están guiados por la obtención de la máxima rentabilidad, pasando así la propia creación a un plano secundario. Es el caso del controvertido autor británico Damien Hirst, del que Haro asegura que “pertenece a la arquitectura financiera del arte y no es más que un ingeniero de las finanzas -es decir que lo mismo da que se dedique al arte como a los valores bursátiles-, tal y como han demostrado las últimas subastas en Sotheby’s, pues aunque se había saltado a su propia galería resulta que ésta misma estaba pujando por otro lado”. Para el autor valenciano, Hirst es un especialista en explotar la “falta de pudor para tocar los temas más sórdidos, más sangrientos y más duros del artista occidental; no tiene vergüenza a la hora de hablar de la muerte, de la pobreza, de la miseria o del sexo de la peor manera; sin embargo, luego vive en una buena casa, viaja en aviones y va a buenos hoteles. Es curioso como los artistas del tercer mundo trabajan normalmente intentando generar placer y buen gusto con sus piezas. Parece como si nuestro complejo de niños ricos nos hiciera pagar una cuota y necesitáramos refregarnos por la mierda para poder salir con la cara un poco limpia a la calle”.

En consonancia con estos hechos que marcan la actualidad del panorama artístico mundial surge el dilema sobre si el artista posee una verdadera libertad para crear o se deja llevar por determinados acontecimientos que giran en torno a él y que acaban condicionando sus creaciones. Ángel Haro cree que “la libertad de un artista empieza y acaba en uno mismo, echarle la culpa a las circunstancias es una falta de vergüenza, además la libertad está en el comportamiento y no como artista, si no como ciudadano”. Muy vinculado con este asunto alude a una circunstancia que para él es muy frecuente en “los jóvenes artistas comprometidos políticamente con su obra, los ves que son muy radicales pero que luego socialmente son muy cobardes y no son capaces de alzar la voz por lo más mínimo que pasa a su alrededor”. Haro los acusa de “esconderse cuando les pides que salgan contigo a algo, se arrugan y niegan que la cosa vaya con ellos”, un miedo que no le sorprende “en un señor que pinta bodegones pero sí en alguien que se dedica a denunciar las grandes catástrofes de la humanidad, que esté dispuesto a levantarles las faldas a la evidencia de la catástrofe humana pero cuando tú les pides que se pronuncien sobre un tema mucho más cercano y más doméstico se arrugan. A mi eso me ha hecho pensar que estar al frente de los grandes temas es facilísimo pero lo jodido es estar al frente de los temas pequeños y concretos; ahí es donde uno da la talla”. Para ilustrar este sentir pone como ejemplo a George Bush, “un personaje contra el que puedes decir que es un desastre pero él no va venir a hacerte nada, sin embargo meterse con un concejal es mucho más complicado; por lo que esa libertad de los artistas de género político me la creo cuando los veo implicados a niveles pequeños, ya que muchas veces me parece un simple refugio”.

No contento con esto va incluso más allá en sus pretensiones al afirmar que “el artista más político del siglo XX ha sido Bin Laden, el único que ha tenido esa capacidad de coger a todas las televisiones del mundo y en un mismo momento obligarles a que filmaran una acción suya que era tirar los dos símbolos del capitalismo, por lo que entrarle al arte político después de eso hay que pensárselo”.

En oposición a este punto de vista sobre la libertad en términos políticos Haro asegura que “cuando tienes veinte años y no tienes a nadie a tu cargo es muy fácil ser libre, pero cuando tienes una familia y eres un artista que sólo vive de su obra es cuando te planteas si además del manchurrón debes meterle a esa pieza una figura que hace que se venda mejor y se puedan pagar ciertas facturas. La decisión de meterlo o no es una decisión mía pero hasta qué punto tengo yo derecho a implicar a mi familia en mi delirio. Entonces es cuando decides no, ya que significa asumir la libertad. Pero ojo, yo nunca criticaré el que hace lo contrario porque es muy legítimo y tengo buenos amigos artistas que podrían haber entrado en el circuito internacional si hubieran sido más radicales con su obra pero han decidido no pasar hambre y me parece una de las cosas más importantes que se puede hacer en la vida”.

En conclusión, lo que trata de exponer Ángel Haro es que no le vale la incoherencia y no basta con decir “soy un artista y estoy concentrado en derribar los límites del capitalismo por que esto es un desastre, pero luego estoy subvencionado por el ministerio de cultura para hacer una bienal o una performance contra los estados occidentales, entonces es cuando algo chirría”.

Para Haro lo normal es seguir la estela de la congruencia pues conoce gente “que no necesita cambiar el mundo y es muy válida incluso te aporta más cosas que esa gente que está todo el día cambiando el mundo con una pancarta y eso en el arte sucede mucho. Hablo del mercado del arte, de los medios especializados, de la crítica y los comisarios que han obligado a ciertos artistas a convertirse en mesías salvadores del mundo. Parece que cuando haces un cuadro, un vídeo o una escultura tienes obligatoriamente que salvar al mundo de su ignorancia. Hay mucha prepotencia entre los artistas debido a que piensan que los demás no se han dado cuenta de que esto es un desastre y yo se lo voy a aclarar. Pero a veces los demás están sufriendo tanto la realidad que no pueden tener tiempo para esa reflexión y a veces el tipo de vida que lleva el artista es bastante más cómoda. Yo creo que hay que ser humilde a la hora de dar lecciones a la gente”. Como una forma de ejemplificar estas opiniones Haro cuenta una anécdota muy reveladora que le pasó en el año noventa cuando realizaba un taller con Lucio Muñoz, era una época en la que el artista estaba preocupado por la función social del artista y éste le preguntó: “¿Tu quieres cambiar el mundo?”. Y el respondió: “Si”. Entonces le dijo: “¿Eres capaz de coger una metralleta y salir a la calle?”. El respondió: “No” y Lucio le contestó: “Pues sigue pintando”. Por ello Ángel Haro es muy consciente de que “hay que ser pudoroso a la hora de ponerse la medalla del hombre que va iluminar el camino de los descarriados o por lo menos que te la ponga otro, no ponértela tú todos los días con tu obra”.

Además de su talento para las obras pictóricas, posee una dilatada y prolífica trayectoria en otras disciplinas artísticas como el arte público, el diseño gráfico o las escenografías para obras teatrales, operísticas y cinematográficas. Ésta última es una vertiente que desarrolló fruto de “la necesidad, la curiosidad y el azar”, y le ha reportado grandes satisfacciones y le ha permitido a ambas, tanto a su dimensión plástica como a la dirección de arte, imbuirse y enriquecerse la una de la otra. A ello a contribuido su doble faceta formativa: de un lado, la parte técnica, ya que es delineante industrial y creció rodeado de los enseres que se esparcían por un taller mecánico; y de otro, la parte artística; ambas han asegurado la unión de la capacidad estética y técnica necesaria para llevar a cabo un trabajo de estas características. Esta faceta, entre otros beneficios, le permite también “salir de la soledad del pintor y desarrollar su dimensión más social debido a que es un trabajo que implica a los demás y el de ellos te afecta a ti”. “Es una cura para la falta de humildad ya que a veces tu eres el dueño absoluto de tu obra y admites que nadie intervenga en ella; sin embargo, cuando pones ese trabajo al servicio de un director tienes que ser bastante humilde y saber que hay cosas que aunque a ti te gusten mucho no van a ir. Es un buen trabajo en el sentido de que te educa”, en palabras de Ángel Haro.

Es un artista que no conoce el descanso y sigue reinventándose continuamente con cada iniciativa que acomete lo que para él “es una enfermedad del artista contemporáneo”. La califica de esta manera por que no siempre es positiva. “Cuando empiezas a revisar cómo han sido las civilizaciones y su comportamiento artístico, como es el caso de la egipcia o todo el arte oriental hasta el siglo XIX, te das cuentas de que son tipos de arte que no necesita de la novedad para nada y sigue habiendo una gran dosis de creación. La novedad es una enfermedad que viene de la vanguardia aunque ahora es inevitable y no es cuestionable. Ningún artista hoy en día podría plantearse no trabajar con esa premisa todos los días, pero yo lo considero una enfermedad y una fuente de insatisfacción profunda”.

Llegamos al final de este encuentro tras habernos adentrado en la concepción de arte, de los artistas y del museo como espacio expositivo con dos sensaciones, de un lado, la de haber conversado con un hombre plenamente consciente de los tiempos en los que vivimos y de su realidad, muy alejado de la visión que retrata a alguien que vive encerrado de forma permanente en su torreón de artista. De otro, la percepción de que aunque estamos ante un pintor que se adapta a lo rigores que conlleva el mundo actual del arte sigue manteniéndose fiel a su propio concepto. Gracias a ello consigue formar parte de la escena pero no perder la esencia de su mensaje, ni renunciar a su propio estilo. Todo un mérito del que aunar realidad y coherencia es el secreto.

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